SOLA Y VIEJA
Ya se han ido todos, ya me quedé sola. Sola otra vez. Siempre lo mismo, a la misma hora. A la hora que menos me gusta quedarme sola. No necesito que venga nadie a verme por la mañana. Por la mañana me asomo al balcón y veo a la gente pasar. Por las mañanas riego mis plantas, preparo la comida, recojo la casa. Es por la tarde, cuando ya ha oscurecido, cuando me siento sola ¡Que largas se hacen las tardes en invierno!. La tele me aburre, siempre lo mismo. Gente discutiendo o malas noticias. ¿Es que no pasan cosas buenas en el mundo? ¿Porqué se empeñan en que pensemos que sólo pasan cosas malas? Me gustaría poder ver un día un telediario en el que solo den buenas noticias. Pero no.
¡Ojalá me hubiera gustado leer! Pero nunca tuve tiempo. Dejé el colegio cuando apenas aprendí a leer y escribir para ayudar a mi madre a criar a mis hermanos. Luego me casé y tuve que criar a mis propios hijos. Cuando ya estaban mayores me puse a cuidar ancianos y cuando mi marido enfermó todos mis cuidados fueron para él. Hasta que murió. No he hecho otra cosa en la vida que cuidar a otros. No se hacer otra cosa. No tuve tiempo de aprender a cuidar de mí misma. Y ya es tarde.
Tengo 87 años y no se cuidar de mi misma y tampoco dejo que otros cuiden de mí. No quiero mostrarme vulnerable a los ojos de otros. No quiero que sepan que por las noches me da miedo quedarme sola y que me quedo dormida en el sofá porque pienso que si me acuesto en mi cama no me levantaré mas.
Se que están preocupadas, que hablan entre ellas, que se turnan para venir a verme porque piensan que me siento sola, pero ninguna se queda conmigo por la noche. Bien es verdad que tienen responsabilidades, que trabajan. Pero son cuatro. Sólo con que se queden una vez a la semana sería una vez al mes cada una. No creo que pida mucho. Dicen que tengo una depresión. Que estoy triste, que me da miedo la muerte. Me tomo una pastilla para dormir y una para despertar. Una para no pensar y otra para poder pensar. Cuando pienso demasiado me sube la tensión. Cuando no pienso me parece que soy joven, que puedo hacer lo que siempre hacía y me subo a la escalera y le quito el polvo a las lámparas, me agacho y barro debajo de la cama. Voy al mercado y vengo cargada de bolsas. Y es cuando me siento cuando me doy cuenta de que no soy joven, de que ya casi no soy. Me siento y me quedo dormida por el agotamiento. Me despierto en el sillón con la tele puesta y no se donde estoy, no se quién soy. Tardo unos minutos en reaccionar hasta que entiendo que esta es mi casa, la casa en la que he vivido desde que me casé, la casa en la que tuve a mis cuatro hijas. Veo mis fotos , mis recuerdos y ya se donde estoy y entonces me pongo triste, porque la realidad que tengo no es muy alentadora. Y pienso en los que ya no están y me doy cuenta de que somos pocos los que quedamos. Nacemos con una enfermedad crónica que se llama muerte, una enfermedad cuyos efectos en el mejor de los casos es el envejecimiento.
