NO LLORES POR MI...
El domingo bajé a comprar pan y un chico de la calle, de unos 18 años se me acercó y me dijo, antes de que yo le dijera "no", que no quería dinero, que solo quería que le comprara algo para comer en un lugar de comidas de la esquina. Le dije que me acompañara y que elijiera lo que quería. Pidió una Milanesa de carne. Yo añadí un par de empanadas.
El crío llevaba unos pantalones medio rotos, iba sucio, los zapatos sin cordones los llevaba como alpargatas y una camiseta le tapaba del frio que ya empieza a notarse en Buenos Aires.
Ezequiel, así se llama el chico, vive con su madre en un parque cerca de casa. La madre es portadora de VIH. Su padrastro los abandonó y los dejó en la calle. Hablamos un rato sobre su situación, sobre el frío, que empieza a hacer acto de presencia, sobre buscar trabajo, intentar salir de la situación en la que está, de todas esas cosas que uno desde su estado del bienestar piensa que harían su vida mejor, pero realmente ni siquiera se si eso le haría a Ezequiel la vida mejor.
Ezequiel tiene una mirada de niño que ha crecido demasiado pronto. De un niño que a lo mejor nunca pudo ser niño.
Le dije que me acompañara a casa. Esperó abajo, en el portal. Subí y metí en bolsas unas zapatillas de deporte, tiene mi mismo número, y aunque está delgado, los pantalones de chandal, pantalones y las camisetas, jerseys, calcetines y gorra que metí, pensé que le vendrían bien.
Bajé y ahí estaba, esperando ansioso por ver lo que le traía. Cuando lo vió sonrío y me dijo que había cosas que podría usar su madre también. Y se alejó con las dos bolsas de ropa. Yo subí a casa y seguí con mis cosas, sin poder dejar de pensar en lo injusta que es la vida, en lo díficil que es encontrar el equilibrio entre lo que es justo y lo injusto.
Al cabo de un rato volví a bajar. Quería ir por última vez a Plaza Francia. Los domingos se reunen músicos, actores, gente tirada en el cesped tomando mate en medio de una feria de artesanos muy popular. Me crucé con Ezequiel que iba totalmente vestido de "mi". Con una sonrisa me llamó y se señaló la ropa. Me sonrío, le sonreí y nunca mas lo volveré a ver.
Buenos Aires es una gran capital, con todo lo bueno y lo malo que tiene una gran capital.
La noche anterior a mi encuentro con Ezequiel estuve en el Club de Golf, me invitaron a un cumpleaños. El Club de golf es un selecto club donde niños pijos van a gastarse lo que sus padres les dan de paga. Todos vestidos a la última se entretienen en criticar al otro por como visten, por como se peinan o por el mero placer de hacerlo.
He estado en Restaurantes de diseño, he ido a conciertos de música, estrenos de película, espectáculos, he paseado, me he sentado en parques a tomar el sol, he escrito un proyecto de guión, he tenido una crísis de identidad y la he resuelto. He viajado por el país de lado a lado. Estuve incluso en Uruguay y Chile, en Mendoza, Mar del Plata, Ushuaia, Calafate...
Ayer, reuní a unos cuantos amigos de los que no me haía despedido todavía y nos fuimos al Konex a ver "La Bomba del Tiempo", un espectáculo de percusión que se hace todos los lunes y que reune a cientos de extranjeros, muy pocos argentinos, lo que te da la sensación de que estás en otro país.
Buenos Aires me ha recibido nuevamente con los brazos abierto y ahora le vuelvo a decir"hasta pronto".
Argentina es un gran país, me enamoré la primera vez que estuve y cuando uno se enamora siempre habrá un lugar en el corazón a pesar del tiempo y la distancia.
Me voy contento, sabiendo que volveré, ¿cuando?, no lo sé, pero eso es lo de menos.
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