ALMUDENA
Almudena tenía esa risa contagiosa, sonrisa perenne y luz en la cara, que solo las personas que son plenamente felices poseen.
Tuve la suerte de compartir unos años de mi vida con ella. Me reí mucho, nos divertimos, gamberreamos, ella era una mal hablada, siempre usaba tacos, y eso que a cualquiera le podría parecer una ordinariez, a mi me parecía sexy.
Cuando terminó el Instituto se fue a la Universidad. Yo la visité en contadas ocasiones y junto a otros amigos, compartimos momentos de esos que nunca olvidaré.
Luego terminó la Facultad, empezó a dar clases en un Instituto y yo me fui a Nueva York.
Entonces no existía el mail, sino que nos escribíamos cartas. Tengo guardadas un puñado de ellas que de vez en cuando me gusta leer para traerla a mi lado.
Almudena era feliz, se acababa de comprar un coche y estaba emocionada.
La primera vez que volví de Nueva York me dió paseos en él. Era muy gracioso verla conducir con esa energía, gritándole a todos esos malos conductores con su peculiar mala lengua.
Cuando decidí volver a NY quedó en acompañarme a la Estación. Cogería el tren para Madrid y de allí a La Gran Manzana, pero Almudena no apareció.
La llamé desde Madrid y me contó que tenía un dolor terrible de oido y que lamentaba no haber podido avisarme, ya que se quedó dormida.
No le di importancia.
Una vez en USA, nos propusieron a Teresa y a mi un trabajo en Miami así que nos mudamos.
Las cosas no salieron todo lo bien que habíamos pensado y a los pocos meses yo me volví a NY y Teresa a Madrid.
Cuando llegué a NY, y después de haber estado sin llamar a casa un cierto tiempo, me comuniqué con los míos y me enteré que Almudena tenía cancer.
No tenía dinero, me había quedado sin blanca después de la aventura de Miami, pero trabajé todos los días en un Hotel desde las 6 de la mañana dando desayunos, hasta que pude ahorrar para estar con ella esas navidades de 1992.
Aquellas fueron las últimas Navidades que vi a Almudena, pero aún recuerdo compartir con ella las uvas de año nuevo, los dos solos, en la habitación que le habían preparado sus padres en su casa.
Su familia estaba en la habitación contigua, ella no quería estar con ellos, supongo que era consciente de su situación y se rebelaba contra ella.
La mía, vivía muy cerca de la suya, reunida alrededor de las uvas, y Almudena y yo solos, juntos, despidiendo ese 1992 y dando la bienvenida al 93.
Solo por ver su cara mientras nos comíamos las uvas, y nos reíamos, mereció la pena todo el esfuerzo.
Nunca olvidaré aquel fin de año de 1992, y aunque a veces no recuerde a Almudena como debiera, nunca la olvidaré.
Hoy pasó algo que hizo que escuchara su risa y su mala lengua.
TE QUIERO, ESTÉS DONDE ESTÉS.
P.D: Como el año anterior yo había pasado la navidad en NY, se suponía que ese año comería las uvas con mi enorme familia, pero mi madre, al saber que Almudena no iba a comérselas por haberse rebelado contra su enfermedad, cogió y 30 minutos antes de medianoche me envolvió 24 uvas en papel de aluminio y me dijo que me fuera a comer las uvas con Almudena, que nosotros ya nos las comeríamos en muchas otras ocasiones.
Nunca le estaré a mi madre lo suficientemente agradecido por ello.
2 comentarios
Silvia -
faltan en el espacio pero viven en mi corazón, por eso nunca les olvido. Somos afortunados por haberlos disfrutado en vida y ellos, sobre todo Almudena,tuvo la inmensa fortuna de tener a un amigo como tú, que curró duro para ganar pasta y poder venir desde muy lejos para estar con ella.
Afortunadamente no estabas solo, tu madre estaba ahí con el papel aluminio preparado con 24 uvas, ni una más, ni una menos...
Eso sólo lo hace una madre, porque como decía Jaimito en el chiste, "¡¡madre, sólo hay una...!!" (L´avanhelio según los Morancos)
Un beso para Almudena, donde quiera que esté, otro para tí y sobre todo, uno muy grande para tu madre...
JOSE ALBERTO -